lunes, 2 de marzo de 2015

La (des)adquisición.

No estoy segura de por qué no me había dado cuenta antes, pero sí recuerdo el momento en el que confirmé su desaparición. En una de esas noches invernales en las que me guarecía del frío bien cerca del radiador, uno de mis lápices de colores decidió quedarse sin punta mientras garabateaba un bonito dibujo. Fue como si la armonía de mi obra se destruyera en un solo suceso. Miré la punta del susodicho sin entender. ¡Qué descaro! ¿No había otra forma de sacarme de mis ensoñaciones que dejarme sin la posibilidad de terminar mi creación? Solté el lapicero y resoplé con frustración. Me recosté en la silla y moví los pies para balancearme sobre sus ruedas y alejarme de la mesa, donde el culpable de mi enfado se hallaba. Adelante y atrás. Adelante y atrás. Entonces paré en seco, sorprendida. Volví a hacer ese mismo movimiento. Me centré en el sonido de la silla deslizándose por la tarima. Frené de nuevo. Fruncí el ceño y me asomé por encima del reposa brazos. ¿Qué ocurría?

Entonces una idea se abrió paso entre imágenes coloridas y lapiceros despuntados. Había perdido algo, algo que había pesado durante muchos meses y que había venido conmigo a todas partes desde entonces. Toqué las ruedas de la silla como si pudiera encontrar otra explicación lógica a ese cambio en los acontecimientos. El ruido era diferente. El movimiento era diferente. La perspectiva era diferente, pero no era cosa de mi silla. Me levanté. Salté, primero sobre una pierna y luego sobre la otra... Ligera como una pluma. Abrí los brazos y giré sobre mi misma. Nada me impedía hacerlo. Me palpé los bolsillos de los pantalones, de la camisa. Vacíos. Miré dentro de mis zapatos y calcetines. ¿Cómo había sucedido? ¡Lo había perdido! ¡¿ O se había ido?! 


Me dejé caer en mi asiento, acompañada de mi perplejidad. ""De acuerdo. Quizás es una falsa alarma. Quizás lo he perdido temporalmente pero va a volver y me golpeará como una bola de demolición."" Cerré los ojos tan fuerte que me salieron arrugas, mientras esperaba el primer choque. Aguardé unos 90 segundos. Cuando pasaron y tomé una gran bocanada de aire, reparé en que había dejado de respirar. Notaba el pulso en el cuello. ¡No podía creerlo! ¡Definitivamente se había marchado! Me recosté en la silla y entrelacé los dedos, estudiando mi nueva situación. No creía que fuera a suceder tan pronto, así, sin avisar. Desde luego, las cosas se estaban tomando demasiadas libertades, exactamente igual que mi lápiz de color azul. Tendría que tomar medidas antes de que todo se descontrolara.


Respiré profundamente. Aún me quedaba una prueba. La prueba definitiva del cambio. Me concentré y, poco a poco, la vibración me acarició el estómago. Sonreí. Una carcajada acarició mis pulmones, mi garganta y después el aire que me rodeaba. La explosión de alegría lo invadió todo. ¡Ahhhhhhhh sí! Ahí estaba la confirmación de que se había ido para siempre. 



Ya no dolía. 

Ya no pesaba. 


Algo se había marchado, pero estaba segura de que no lo iba a echar de menos.