viernes, 28 de febrero de 2014

La decadencia de las Moiras.

La penumbra llega demente, tibia y perpetua a la sala. Se desliza con parsimonia y otea la Nada. Exhala. Alza la mirada y proclama: "rebelaos ante el fin de la luz o he aquí mi trono, he aquí mi legado, he aquí mi imperio." Eleva su copa en un brindis incompleto y la vuelca. La sangre serpentea sobre el mármol blanco de una gran escalinata. Qué grotesco. Qué desafiante. Ese fue el momento exacto en el que sentí la presencia de La Muerte.


miércoles, 26 de febrero de 2014

Sujeta ranas.



"-¿Estás seguro de que es él? -dije mirándole con suspicacia. Parecía muy convencido.



-Estoy seguro.



-Ella no parece muy segura- miré a la rana arrugando la nariz. Las manos del joven la 


sujetaban frente a mi cara.



-Vamos... ¡No tengo todo el día! ¡Bésala de una vez!- me puse bizca mientras miraba al pobre 


animal y, con un gruñido,  cerré los ojos y apreté los labios. Al final me eché hacia atrás y 


aparté la boca.



-Sinceramente... esa corona no me convence -dije insegura y vi cómo mi amigo dejaba 


la rana en el suelo con un sonoro suspiro.


-Bien, entonces prueba conmigo - le miré interrogante-. Quién sabe. ¿Y si tu príncipe soy yo? 


Bésame a mí, ¿no? Al "sujeta ranas".



Fue la primera vez que reí en todo el día."





PDT: Escrito el 21 de Septiembre de 2010, 16 años. Me ha parecido suficientemente tierno como para publicarlo aquí.




viernes, 14 de febrero de 2014

Rendición

-No consigo llenar del todo los pulmones. Siento que a veces me falta el aire- susurró mirando al horizonte.

Tenía las piernas recogidas bajo los brazos y la barbilla apoyada sobre las rodillas. Parecía pequeña, más frágil y más pensativa que nunca. Recuerdo que hacía frío. Había sentido su llamada, y ella me había traído a su realidad. A veces me necesitaba en sueños. A veces ni siquiera me hacía acudir, pero la sentía pensándome. En aquella ocasión quería hablar con alguien y la soledad le pesaba demasiado. No necesitaba que yo dijera nada. Sólo que la observase mientras hablaba, mientras sacaba la verdad de donde fuera que la hubiera mantenido escondida. Sólo necesitaba decir algo en voz alta y que no fuera en vano. 


Suspiró, y bajó los pies al suelo a la vez que su mirada se apartaba del más allá. Se dejó caer contra el respaldo del banco que habíamos ocupado, y encerró su mano izquierda con la derecha para darse calor. Comprendí que estaba buscando las palabras apropiadas para un comienzo.


-¿Nunca has sentido que las cosas que tocas se despedazan?- era una pregunta que no esperaba respuesta. Una introducción. Un dedo cruzando la línea invisible que separa una confesión del silencio. Se humedeció los labios y se removió en el asiento. Inclinó la cabeza a un lado y a otro, preguntándose si debía continuar-. Cada vez que quiero algo... cada vez que amo algo, que consigo tenerlo y después decido dejarlo marchar, sale de mis manos deteriorado, mustio, sin vida. Desaparece siendo distinto a cómo lo conocí.


Dejé de respirar unos instantes, pero no me di cuenta. La joven mirada de aquella que me invocaba día tras día se había endurecido. "Se odia a sí misma" comprendí. Ella deslizó los ojos por sus manos mientras jugaba con un anillo giratorio. Le daba vueltas y miraba sus adornos como si no los hubiera visto nunca. Sin embargo, yo sabía que su mente estaba en otra parte.


- A veces pienso que podría hacer algo al respecto, que quizás hay algo en mí que está mal. Que tal vez ame las cosas de una forma tan efímera que ni siquiera merece la pena mencionarlo en voz alta- negó con la cabeza y arrugó el ceño-. A veces me da miedo. Me doy miedo. ¿Cómo construyen el resto de personas esos templos infranqueables para su amor? ¿Cómo logran que no se derrumben pese al tiempo, las dudas... pese a la vida? ¿Por qué siento que esas fortalezas no son para mí? Nunca voy a saber crear algo tan resistente como para que las cosas que deseo no caigan al olvido, a la nada.


Pestañeó repetidamente y pude sentir en mis propios ojos el escozor de las lágrimas. Desvié la mirada de su rostro. No sabía cómo consolarla. Las palabras eran tan duras que podría haberlas palpado en el ambiente. Tomé una pequeña flor que había crecido a nuestros pies, bajo el banco, y se la dejé con cuidado sobre el regazo. Ella la miró con ternura y esbozó una sonrisa triste. Tomó la flor entre sus manos y ésta comenzó a crecer. Se hizo grande, hermosa, y envolvió con sus raíces las pequeñas manos de la joven.


-Yo no sé querer - desenredó las raíces de la flor hasta que fue capaz de sacar las manos y acariciar sus pétalos con cuidado-. La gente que no sabe querer no debería dejar que las personas que sí saben hacerlo se le acerquen, ¿entiendes? Porque se enredan en ti. Se aferran a lo que eres, a lo que ofreces, a lo que significas para ellas. Se crea una dependencia que tú nunca vas a poder atisbar, que tú nunca vas a comprender, que tú nunca...- se le quebró la voz-, que tú nunca vas a tener.


Alzó la cabeza y cerró los ojos cuando el viento le acarició las mejillas. Quise decirle que no debía pensar así, que esa sensación se iría cuando creciera. Que cuando dejara el pasado atrás y aprendiera a quebrar la coraza que cubría su corazón quizás entendiera que los sentimientos más grandes despiertan sólo en el momento adecuado. No me atreví.


-No puedo ofrecer garantías de permanecer en ninguna parte. A veces el sol se va y a veces siento que soy yo la que no debe quedarse. Siento voces quebradas llamándome, rogando que me quede junto a ellas y, sin embargo, cuando miro atrás no veo a nadie por quien luchar. ¿Puede ser ese el problema?- abrió los ojos y barrió el horizonte con el alma. Aguardó unos instantes, se maldijo a sí misma y después continuó-. No. La realidad es que he conocido a gente por la que merecería la pena pelear. Simplemente he logrado vivir sin tenerlos junto a mí. ¿Suena tan horrible como yo lo siento? Probablemente sí. Porque he podido dejarlos atrás y sobrevivir sin más.


Suspiró y, apartando la flor de su regazo, metió las manos en los bolsillos y se levantó. Por primera vez en aquella hora, se giró para mirarme, pero sus ojos me atravesaban como puñales. Ardían, ardían con la rabia que sólo un ser humano puede provocarse a sí mismo. Quise abrazarla.


-¿Y tú? ¿Me amas a caso? - se acercó dos pasos. Sus preguntas directas al alma, como cristales de nieve. Temblé mientras alzaba la vista para mirarla a los ojos. No articulé palabra. Le temblaban las manos-. ¿Me amas? ¿Te has enamorado de mí? Sí... lo veo. Lo siento aquí- se llevó el dedo a las costillas, apuntando a un rincón de sí misma que yacía resguardado por cuatro torres y diez mil soldados. Su rostro se descompuso de tristeza-. ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has dejado que ocurra? Ahora tendré que dejarte ir a ti también. ¿A caso no has entendido nada de lo que he dicho?- me miraba con angustia. Quizás me quisiera golpear para hacerme entender por qué no debía quererla. Se inclinó lo necesario para estar a la altura de mis ojos y me besó con desesperación. Fueron dos segundos que me dejaron lo suficientemente aturdido como para no perseguirla y continuar con aquello. Se incorporó con los ojos cerrados y negó con la cabeza. "No ha sentido nada", intuí-. No puedo hacerlo- masculló sin embargo-. Y tú... tú ni siquiera existes.



La vi alejarse a grandes zancadas de mí. Me dejó allí tirado, desmadejado en aquel solitario banco con los sentidos protestando porque no entendían nada. Solo sabía que aquella sería la última vez que ella me llamaría y me convocara para estar a su lado. La intuí saliendo del parque y resguardándose entre sábanas para llorar. Sentí una turbación extraña dentro de mí.  Miré a mi derecha y encontré la flor que le había regalado. Se había marchitado. Cuando comencé a desvanecerme, me la llevé conmigo para evitar olvidar.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Alcohol defectuoso.

"El joven toma la botella de whiskey y se aleja del grupo de adolescentes que, como él, han decidido 

ir a las afueras de la ciudad para celebrar cierto cumpleaños, de cierta persona, que casi nadie conoce. 


Pensó que sería un buen día. De hecho, lo fue hasta que a mitad de la reunión, apareció ella con él. Su 


sorpresa, sin embargo, fue menor que su dolor... parecido al de dos cuerdas estirando de sus costillas hacia 


lados diferentes. A partir de ese momento, el humo de los cigarrillos era casi tóxico para respirar y los 


decibelios de la fiesta excesivos para sus oídos. Por ello, acabó tirado en la hierba, apartado del resto, 


botella de alcohol en mano... pero con el paso de las horas comprendió que ni todos los litros de whiskey 


que podría beberse conseguirían calmar un ápice de la desilusión que sentía."







*Este texto fue redactado el 6 de Noviembre de 2010, cuando tenía 16 años. 
Sigue sorprendiéndome lo que escribía.